Revolucionarios marchando con ardiente paciencia

Dejando de lado los contenidos de la propuesta constitucional, que creo eran moderados e incluso protegían algunos elementos claves del neoliberalismo chileno como las concesiones y las subvenciones, la amplia victoria del “rechazo” nos debe hacer considerar algunas cosas sobre nuestra realidad política. Y por nosotros, hoy, me refiero desde el progresismo realmente antineoliberal, comprometido con la propuesta, hasta la izquierda radical. De esta consideración depende nuestra futura victoria ya que esta elección es solo un momento minúsculo, un pestañear en la Historia.

El rechazo a la propuesta de la nueva constitución cierra el ciclo de la revuelta de 2019, haciendo patente el momento del reflujo político; el retorno a un período más conservador. Pero este reflujo no es de ahora sino de noviembre del 2019 en donde el “Acuerdo por la Paz” encausó el malestar de la protesta en una solución institucional que cerró la posibilidad a una Asamblea Constituyente, es decir, a un proceso que no tuviera limitada de manera previa su autonomía en términos de quorum, plazos y materias a tratar ‒no se podían tocar los tratados internacionales‒. Por esto, tempranamente, la revuelta vivió su contrarrevuelta y en ese momento no tuvimos la fuerza para llevar la protesta a otro destino. Sin embargo, habrá más “estallidos”, cada quince o treinta años, porque el malestar persiste y se acumula. Lo que no debemos hacer es recurrir a la nostalgia de la revuelta anterior o esperar la siguiente, porque de la inmediatez no se construye un proyecto a largo plazo.

Ahora bien, más allá del cierre de este ciclo, hay que notar que una novedad en la reciente elección fue el voto obligatorio que claramente marcó el contrapunto respecto de la mayoría de las elecciones de los últimos dos años. Puedo equivocarme en señalar lo siguiente pero creo que la victoria del rechazo se debió a la votación masiva de un sector no politizado en ninguna dirección, que desconfía profundamente del sentido de lo político, de la discusión pública. Un sector fuertemente conformado por los valores del mercado y que creció en el neoliberalismo y lo ha asumido como propio. Ese sector, conservador por el solo hecho de desconfiar de lo político, que probablemente no se opuso al estallido ni salvó la elección de Kast ‒y pudo haberlo hecho‒ esta vez, por la obligación del voto, detuvo el ciclo ya institucionalizado de la revuelta por la desconfianza en un cambio político por moderado que haya sido. Y lo pudieron hacer porque, querámoslo o no, son la mayoría de la gente que vive en Chile. No creo que debamos simplemente culpar a este sector de estar desinformados o de “hacerle el juego a la derecha” porque, independientemente de cómo se hayan informado, las razones para su conservadurismo son más reales para ellos en su forma de vida que las acusaciones que podamos hacer. La cooptación mediática y el miedo son solo vías efectivas si ya existe este fondo conservador previo.

Ambos elementos, el cierre de este ciclo y el fondo conservador masivo del país dan cuenta de que la fuerza necesaria para hacer transformaciones relevantes tiene un notorio límite si la política queda determinada a los ciclos electorales, básicamente porque la fuerza que necesitamos no se logra conformar en plazos históricos tan cortos como estos. Y este límite tiene que ver con el cambio de los estilos de vida de la mayoría de la gente integrada al consumo, en la modalidad que sea. Vimos el siglo pasado el aumento del estándar de vida de los obreros en los países centrales, lo que impactó en la política de izquierda que se fue acercando de manera progresiva a reformas cada vez menos ambiciosas. Hoy, en el neoliberalismo, vemos una curiosa paradoja. Constatamos el deterioro global de la vida: trabajo precario, crisis ambiental y autoritarismo jurídico. La mayoría de las personas ven esto, pero también ven y constatan un aumento en su estándar local de vida: acceso masivo al consumo ‒con crédito o no‒, dispositivos de alta tecnología y servicios privados de entretención y “ocio” de bajo costo, lo que abre, ilusoriamente o no, una enorme expectativa individualista. Conozco gente que teme por los impuestos a su segundo departamento a pesar de que no ha terminado de pagar siquiera en el que vive, pero no le preocupa no poder beber agua potable en su casa por culpa de los relaves mineros; o gente que compra ropa Gucci mientras vive en una pieza en una comuna en la periferia de Santiago. Y esta situación, antes de ser condenada, debe ser comprendida en sus contradicciones como un hecho desde cual construir una alternativa política distinta.

Sin desmerecer el trabajo político organizado, territorial o sectorial, en el que se ha incentivado un horizonte comunitario en décadas, claramente no hemos logrado instalar lo suficiente la discusión y la acción en torno a la contradicción de que el aumento local del estándar de vida vaya a remediar el deterioro global de la vida; mostrar el error a largo plazo del cálculo individualista a costa del deterioro global. O simplemente no hemos mantenido una vinculación política con los sectores despolitizados, particularmente los populares, lo suficientemente prolongada y profunda como para que, tras su conservadurismo por defecto, puedan verse a sí mismos como sujetos políticos en favor de un proyecto colectivo que les resulte verosímil. Y, desde luego, ni la revuelta ni las elecciones son garantía de avance porque nuestro camino va mucho más lejos que esos eventos.

En cualquier caso, necesitamos continuar con una política destinada a expresar esta contradicción y construir formas comunitarias de resolverlas que sean una alternativa al individualismo precario. Y más importante aún, necesitamos avanzar en el contacto con la política “chica”, las redes de personas y organizaciones que hacen posible que una sociedad pueda llamarse Pueblo. En otras palabras, necesitamos abocarnos al sentimiento de comunidad como objetivo y no como excusa electoral, ya que la lógica electoral es muy corta para medir nuestro avance o, sin el respaldo de un movimiento popular, solo consolida el recambio institucional.

En una perspectiva larga, hay que hacer notar que en el pasado, en peores condiciones políticas y materiales, pudimos hacer un movimiento popular, con sus altos y bajos, que lograra poner en jaque las posiciones seguras de nuestros enemigos. Incluso ocurrió que un pueblo de campesinos en Indochina logró vencer a la potencia global con la mayor tecnología bélica. Pero aun así, no necesitamos recurrir a esa nostalgia de las guerras y los estallidos sino a nuestra ambición de futuro, y para eso tenemos que poner en juego toda nuestra creatividad y fuerza, volviendo a fallar si es necesario. Una derrota electoral no es nada comparada a la historia de la lucha de los pueblos porque somos capaces de grandes cosas. A pesar del interés mezquino y la apatía oportunista, al amanecer, con ardiente paciencia, tomaremos las ciudades y nuestra bandera será la victoria.